¿Qué fue lo que hundió a la economía de Brasil?

POR CARLOS TURDERA, DE SÃO PAULO

Ladislau DowFotografía: Carlos Turdera.

El economista y catedrático Ladislau Dowbor. Fotografía: Carlos Turdera.

“¡Al final me lo compré, amiga! Pagar de una vez, no podía. Pero por mes, todo bien”, le dice una joven a otra en la fila del banco. “Ah, mi amigo, desde que salieron las smart TV que quiero una. ¿Qué son 24 cuotas?”, le comenta un muchacho a otro que, moviendo la cabeza, confirma: ”Y, sí. No hay otra forma”.

En São Paulo, donde el ímpetu del consumo es parte del paisaje, frases como estas refuerzan los argumentos del economista y catedrático Ladislau Dowbor, que ha salido a provocar a los ámbitos académicos y del establishment postulando que el hundimiento económico brasileño tiene nombre y apellido: su sistema financiero.

Ex consultor del Secretario General de las Naciones Unidas, Dowbor ha realizado una frondosa investigación sobre los caminos del dinero en Brasil y observó que, si bien en la última década ingresaron a la esfera del consumo cerca de 40 millones de personas, ello no se tradujo en un despegue de la economía.

Por el contrario, tal movilidad social tuvo como contrapunto una colosal desaceleración del gigante sudamericano. Tras años de crecimiento contínuo, que la revista inglesa The Economist retrató en 2009 con un Cristo Redentor despegando como un cohete, los indicadores económicos entraron en caída libre desde el histórico avance del 7,5% del PIB en 2010 hasta el marasmo en que entró Brasil el año pasado.

En febrero último, con el país ya en recesión y una inflación del 7,7%, el Banco Central revelaba que los cinco principales bancos habían tenido un lucro neto de cerca de 20.000 millones de dólares. En el mismo año, el presupuesto de Bolsa Familia (programa social que benefició a esos 40 millones de brasileños) rondaba los 8000 millones de dólares, menos de la mitad.

El crédito fácil

Coautor junto con el economista francés Thomas Piketti de “El secreto de los ricos” (2014), libro de Le Monde que debate el capitalismo del siglo XXI, Dowbor ha diseccionado a tal punto ese gran sistema de extracción de lucros que lo reconoce inmediatamente cuando lo ve en cualquier vitrina: “la cuota que cabe en tu bolsillo”, me dice durante una conversación en la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP), donde es profesor del posgrado en Economía y Administración.

Alude a un slogan publicitario usado tanto para productos como para préstamos, pagables en “cómodas cuotas”.

En Brasil, las mismas tiendas que venden un producto ofrecen el dinero para que sus clientes puedan pagarlo. Dowbor advierte que esos préstamos -que cobran intereses de 104,89% para artículos del hogar y de 238,67% en tarjetas de crédito- son los responsables del freno de la economía.

“Traban la demanda, pues el cliente no puede comprar otra cosa hasta que no termine de pagar, y también la producción, pues al productor se le paga poco, dejándolo con menos para invertir”, sostiene el autor.

Volvamos unas líneas. ¿Interés de entre 100% y 238%? Sí, leyó bien. Y hasta más de 300% si se consideran multas por atrasos. ¿Es posible?

Dowbor señala una propaganda de una cadena de tiendas y me dice: “Lo que ocurre es que publicitan sus tasas de interés como si fueran mensuales. Disimulan el valor total final. Técnicamente es correcto, pero comercial y éticamente es un engaño. Si mostraran el índice anual, aparecería lo que realmente es: una usura”.

No está siendo retórico: el Banque de France califica como usure una tasa de interés superior al 13,2% para descubiertos en cuenta . “Sin embargo, las tiendas en Brasil dicen que te ‘facilitan’ la compra”, ironiza.

“Hubo una gran transferencia de riqueza hacia los sectores bajos, pero al mismo tiempo se creó una máquina para succionarles el dinero, una máquina que funciona perfectamente porque los pobres son buenos pagadores y porque las cuotas, aunque numerosas, son diminutas”, dice, ilustrando con abundantes datos y planillas cada afirmación que lanza.

El director de Economía de la Asociación Nacional de Ejecutivos de Finanzas, Administración y Contabilidad (Anefac), Roberto Vertamatti, destaca, entre sus recomendaciones para este año, “juntar el dinero y comprar pagando de una vez. Los intereses son absurdamente altos, un promedio de 200% al año”.

“Que la Anefac haga tal recomendación, nada menos que la Anefac, es impresionante”, se escandaliza Dowbor.

Las compras en cuotas, una costumbre bien brasileña. Fotografía:

Las compras en cuotas, una costumbre bien brasileña. Fotografía: www.dowbor.org.

Impuestos vs. interés

Nacido en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, Dowbor se formó en Economía Política en la Universidad de Lausanne y es doctor en Ciencias Económicas por la Escuela Central de Planificación y Estadística de Varsovia, Polonia.

En esas lides académicas, el analista va al choque contra otra corriente que explica “los males de Brasil” por sus altos impuestos.

“Los impuestos no son los villanos”, dice, y propone hacer unas cuentas: en marzo de 2015, el Banco Central calculó un volumen de alrededor de 14.500 millones de dólares de sobregiro (dinero gastado a cuenta). Si consideramos un interés del 200% sobre ese valor, resulta que tenemos un volumen superior al que destina el gobierno brasileño a sus programas sociales y al aporte que podría significar el ajuste fiscal (27.000 millones de dólares, según sus cálculos).

Las estadísticas del Banco Central muestran que, para pagar sus deudas, las familias de bajos recursos pasaron de usar un 19,3% de sus ingresos en 2005 a un 46,5% en marzo de este año.

“Usted no expande su consumo cuando la mitad de sus ingresos son para pagar una deuda”, observa Dowbor. “Aunque los impuestos empeoren la situación, el problema central es que se usa la capacidad de compra para pagar intereses”, insiste.

Con 200 millones de habitantes, el cuadro en Brasil no es simple. Los más optimistas dicen que el país comenzará a reflotar hacia 2017.

Aunque no pertenece a esa corriente, el economista no tiene un pronóstico sombrío y antes de despedirse me lanza su moneda anticipatoria:“La actividad bancaria es esencial; el banco, no. Piénselo”.